Una de las personas más generosas que he
conocido, y a la que quiero profundamente, me ha felicitado las navidades wapseándome esto:
“De los años difíciles, que nos quede la esperanza”
Hay gente que tiene la imperiosa necesidad de no anclarse en ningún sitio. Tienen en el cambio su oxígeno. Lo necesitan. Piensan, creo, que quedarse en un sitio, en una idea, en una relación, es perder oportunidades de conocer otros lugares otras ideas, otros relaciones.
Nuestros mayores decía de esta gente que eran “culillos de mal asientoª
Es como si el Viento del Norte, como decía la preciosa Juliette Binochet en Chocolat, la empujara de un puerto a otro, sin solución de continuidad. Mi hijo el pequeño dice, sabiamente, que nadie quiere ser “así”, siendo “así” esa manera de ser que a los demás no nos parece correcta.
Visto lo visto, y escuchado a quién hay que escuchar, ya va llegando uno a esa orilla de la vida en la que, los deseos, dejan de ser oleaje para un “quedarse con las ganas” a cambio de tener la calma chicha en el alma.
Si tenemos salud, familia y amigos de toda la vida, ¿hay capital más grande?
Por eso, este año, y ante la evidencia fotográfica de que, aquello de “Virgencita que me quede como estoy”, no es posible, vamos a acortar la petición a “Virgencita que me quede”
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