CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


sábado, mayo 11, 2024

EL ESBARATABAILES



El nota se echaba tanto pachuli que podíamos saber por dónde andaba con solo salir de la caseta y olisquear el aire como los perros.

— Está en Los Tranquilotes —auguraba Pepito, que es el que menos lo tragaba. 

Entonces empezábamos la huída en sentido contrario al de la caseta en la que olíamos/pensábamos que podía estar.

— Aquí no dará con nosotros — decíamos mientras achuchábamos al tercio de niñas que roneábamos para perdernos entre la bulla. 

El esbaratabailes se nos pegaba todas las ferias. Nunca pedía, pero siempre tenía un catavinos vacío en la mano que acercaba al primero que veía con media de manzanilla.

¡Que gañote tenía el hijopu!

Pero ninguno de sus descaros nos importaban realmente. Lo que no podíamos perdonarle era lo guapo que era el cabrón, o eso decía la media docena de pollitas que se le pegaban en cuánto aparecía. Desde ese instante no había nadie más allí.

Si querías acercarte a las flamencas que le cortejaban, tenías que entrarles con una ración de adobo, o media botella de la Guita, mientras pregonabas:

—¿Alguien quiere?

A lo que el esbaratabailes contestaba echando al lado con el codo a las pollitas, y arrimando el vaso vacío de manzanilla, mientras ensartaba con un palillo de madera, que tenía en la otra mano, el adobo más doraíto. 

Aquel bebecharcos no solo era guapo, sino que bailaba las sevillanas como Antonio Canales. Nuestras pretendidas hacían cola para cabriolear con él. 

¡Que ferias nos dió aquel pichabrava!, aquel mindundi relamido con fijata. 

Parece que lo estoy viendo cuando, en cada cruce de la cuarta sevillana, nunca miraba a su pareja, nos miraba a nosotros, cuatro panolis con las manos atestadas de raciones, jarras de cerveza y servilletas, para que no le faltara de nada al cagalindes.

Jaceyá cuarenta años de aquella ignominia, pero todavía, cuando me cruzo al robaperas por la calle, se me arruga la frente y me pega un bocao el estómago, y eso que ya no tiene dónde ponerse el fijata y tiene una barriga así de grande. La madre que me.

                        Manolo Martínez

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