Dos buenos días a gente sin nombre, un bostezo, y un pie detrás del otro hasta llegar a la panadería.
—
Vanesa, buenos días. Dos
vienas y un bollo, que esté tostaíto.
El panaero, el negro, bético dónde los haya me pita mientras sonríe.
Manolo del Resbalón se fuma el primer cigarro fuera mientras espera los primeros desayunos.
Ya empieza a hacerse grande la casa porque los hijos cada vez pasan más tiempo fuera.
Echo de menos cuando le dábamos una voz
a los niños que no dejaban de pelearse.
—
¡Cómo suba p´arriba se vái a enterá…!
¿A que acabamos comprándonos el perro que siempre le negamos a los niños?
— ¿Fideo o arró?
Con la última cuchará escuchas a la vecina pidiéndole que se vayan ya a la cama si no quieren ir “calentitos”.
Echas la persiana mientras dos ladridos lejanos cierran la noche antes de que las campanas griten las once. Un bostezo sin padrenuestro, un “que descanses”, pero justo antes de cerrar los ojos, el mantra de todas las noches:
—
¿Cerraste la puerta? ¿Apagaste el aire acondicionado? ¿Tiraste la basura?
Manolo Martínez
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