Ahora que ya nos visita el caló y la caló (ahora que los esnobs le ponen a todo los dos artículos), empezamos a sondear remedios caseros para los 40º.
Uno de los más originales se lo escuché en una entrevista al gastrónomo, barbudo y "bon vivant" que era el sevillano Garmendia. Decía el ocurrente periodista que llegadas las horas de máximo sofoco, rebuscaba en la caja de polvorones los sobrantes de Navidad (los primeros exiliados de la mesa, los de naranja y limón), cogía uno, los espachurraba con la mano para que la catadura fuera mejor, y acto seguido se comía uno, dos y hasta tres. Con los 40º y el engullimiento de los mantecados, su rollizo cuerpo le pedía de manera urgente agua. Entonces esperaba un eterno instante aguantando aquella sed imposible, pasado el cual abría el frigorífico y llenaba un gran vaso de agua fría. Y justo ahí ocurría el mágico momento. Mientras se deslizaba el agua fresquita por su gaznate, vivía eso que algunos llevan toda su vida buscando sin encontrarlo, la felicidad. El no va más. El yin y el yang. La imprescindible lucha de opuestos. El menos es más. Sabiduría de andar por casa.
Gracias Garmendia, con qué poco, y qué rápido, has definido y sentido la felicidad. Lo probaremos de aquí a septiembre, que no nos va a faltar caló, ni polvorones.
Manolo Martínez
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