Cuenta
una leyenda que cada uno de nosotros estamos unidos a otra persona para toda la
vida por un hilo rojo. Luego, el ir y venir de nuestras particulares historias,
hará que ese hilo se encoja unas veces y en otras ocasiones les obligará a
estirarse, pero, por muchos quiebros que nos hagan los días, nunca se romperá
ese hilo.
Hay varias versiones sobre el origen de esta sugestiva
historia.
Una dice que se debe al descubrimiento de que la
arteria ulnar enlaza al dedo meñique con el corazón, lo que simbolizaba la
conexión de sentimientos.
Otra fábula habla de que un anciano que habita en la
luna, revuelve entre las almas cada noche, y cose las elegidas con un hilo rojo
para que nunca se separen.
Pero puede, que la historia más hermosa sea la que nos
habla de una bruja que podía ver el hilo rojo, y a la que el emperador de Japón
le pidió que encontrara el final del hilo
que él mismo tenía atado en su meñique para encontrar al otro extremo a la que
sería su mujer.
La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el
hilo.
Esta búsqueda los llevo hasta un mercado
en donde una pobre campesina con una bebé en los brazos ofrecía sus productos.
Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la
invitó a ponerse de pie e hizo que el joven emperador se acercara y le dijo:
“Aquí termina tu hilo”, pero al escuchar esto, el emperador enfureció creyendo
que era una burla de la bruja. Empujó a la campesina que aún llevaba a su
pequeña hija en los brazos y la hizo caer haciendo que la bebé se hiciera una
gran herida en la frente. Luego ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja
y le cortaran la cabeza.
Unos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor fuera que desposara a la hija de un general muy poderoso. El emperador aceptó esta decisión y comenzaron todos los preparativos para esperar a quien sería después la elegida como esposa del gran emperador. Llegó el día de la boda, pero sobre todo había llegado el momento de ver por primera vez la cara de su esposa.
Ella entró al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente su rostro. Al levantarle el velo vio por primera vez que este hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente. Era la cicatriz que él mismo había provocado al rechazar su propio destino años antes. Un destino que la bruja lo había puesto frente suyo y que decidió descreer.
Manolo Martínez
No hay comentarios:
Publicar un comentario