Apenas
llevo unas horas sin ti y ya te echo de menos. Noto tu falta, no me hallo, no
sé moverme sin tu cercanía. Es tanto el tiempo que pasamos juntos que ya eres
parte de mí. Me dicen los amigos que sufro el "Síndrome de
Estocolmo", que me has creado una dependencia casi enfermiza. Aún así
intento reflexionar, pararme a pensar... preguntarme si realmente me convienes.
No te digo lo que yo mismo me contesto porque no quiero herirte. ¿Que me pasa entonces? Ni contigo ni
sin ti...
Y
ahora que lo rumio, tampoco eres para tanto. Lejos de darme paz me produces
desasosiego. Tu presencia no provoca en mi la obtención necesaria de serotonina
para estar a gusto, al contrario, eres la principal causa de mi sobreproducción
de adrenalina. Y es que nunca callas, no conoces el significado de ese bien
espiritual que es el silencio. Hablas a todas horas, hablas por los codos, y si
alguna vez te callas es para incitarme a que yo hable. Es una locura. Me urge tomar
una decisión ya. Ahora. Si acaso voy a esperar una tarde más, sólo una más. Por
aquello del amor propio, por saber que si quiero puedo ser autosuficiente, por
el ego, por refrendar que soy capaz de vivir sin ti, una hora, una mañana, una
noche, un día entero, una semana...no, no es verdad, no puedo más. A las tres
sale el autobús. En poco más de treinta minutos te tengo en mis manos...,bueno...si
quiero que te pongan la pantalla protectora tendré que esperar algo más. No me
importa. Te necesito. Cojo la tarjeta, el DNI, y ya estoy en Media Markt que es
donde siempre me esperas.
Me
he quedado sin móvil, Dios, no sé cuánto más podré aguantar. Sin ti, móvil, no sé vivir. Me voy corriendo
que pierdo el bus.
Manolo Martínez
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