Dice Serrat que “los recuerdos son aquellas pequeñas cosas, a las que suponíamos, que el tiempo y la ausencia, habían matado, pero que siempre volvían, porque, la memoria, es un tren que nos vende un billete de ida y vuelta. Cada vez que viajo a mi infancia, vuelvo a aquellas tabernas que olían a calamares fritos, adobo, vino de barrica y anís “Los hermanos”, todos envueltos en el humo de los cigarros Goya. Allí estaban en el aire las dos palmadas que daba mi padre para llamar al camarero, una oreja con tiza, el flequillo cuadrado de los niños enchufados a una Mirinda y el pretexto del abuelo para ir a la taberna: “Niña, voy a echar gasolina”. Estaba el “Mesón de la Reja”, hoy templo de los rollitos de primavera, pero antaño era el lugar dónde los “correores” hacían sus tratos entre arrobas y fanegas, y luego los rubricaban con los mejores riñones al jerez de Carmona y una manzanilla.
Un poco más arriba, en la misma calle San Pedro, Gamero nos ofrecía su huevo a la bechamel, la empanadilla y el pez de espada. Hoy, donde Elías y Pepe condimentaban el hígado a la plancha, está el despacho del director de un banco. En él se siguen guisando las “asauras”, pero ahora la de todos los que tenemos una hipoteca o préstamo bancario. El Goya, dónde su dueña, la siempre guapa y afable Isabel, cocinaba como nadie el hígado con tomate, y Veneno, que espantaba a los pesaos metiéndole electricidad a la barra de metal. Hoy, Alberto lo ha convertido en un referente de la gastronomía de Carmona. Y Casa Chacón, Telaraña, Casa Pepito (camino del cementerio)…luego estaban las Ventas, y entre ellas El Chaparral, hoy reencarnada (nunca mejor dicho) en casa de mujeres que fuman (como decían los antiguos), o de musas (como las llama Sabina). Y me voy ya, antes de que me echéis como largaban los taberneros a los clientes pesado:
- Señores, un buchito, que nos vamos.
Manolo Martínez
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