Ese niño de la foto somos nosotros abrazando la vacuna contra el maldito virus que a todos nos ha cambiado la vida. Un personaje de Dostoievsky decía que el hombre era un bípedo desagradecido y cada noche lo compruebo mientras veo el telediario.
Cada vez que saco la cuchara del plato de puchero me lleno la boca de fideos y la cabeza de miedo y asco con las imágenes de esos energúmenos que, lejos de festejar que la vacuna está abriéndonos las puertas, se dedican a salpicar la recién nacida esperanza con su agresividad.
Las maneras de actuar con que se calzan los provocadores son viejas, como los zapatos del niño de la foto, pero, si nos fijamos en las ideas que sus actos abrazan, comprobamos que no son nuevas, como los zapatos que aprieta contra su pecho el chiquillo de la foto. Algo no cuadra. Por eso, mientras el niño de la foto disfruta pensando en el cambio, quienes están detrás de los violentos no lo soportan.
¿Sería Pfizer capaz de modificar la vacuna introduciéndole anticuerpos de cordura y sensatez para que, por una vez, fuéramos todos a una? Y le pagamos más, como Israel.
Manolo Martínez
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