Las arrugas de la cara ya no son un chivato de los abriles cumplidos porque sus rostros son dos ojos enterrados en botox. Tampoco podemos hacer el cálculo a través del número de michelines y magdalenas abdominales porque han desinflado sus barrigas con liposucciones.
Pero he recordado el viejo arte de averiguar la edad de las bestias en general, mirándole los dientes. Era una práctica habitual entre los tratantes de ganado para que no le dieran gato por liebre, y precísamente de aquí procede el dicho "A caballo regalado no le mires el diente".
¡Eureka! Ya no nos pueden engañar estos animales de los escenarios. Sólo tenemos que buscar cualquier argucia para hacerles abrir la boca el tiempo necesario para verles la dentadura.
Así, "un poné", un caballo de veinte años tiene todos sus incisivos triangulares, un espacio considerable entre diente y diente y los de abajo se alargan hasta dejar la encía reducida a al mínima expresión. Teniendo en cuenta que los veinte años de un caballo equivalen a los sesenta de un humano, y los treinta y seis a los cien de las personas, ya tenemos datos y dientes suficientes para saber por el número de velas que deben soplar en sus tartas de cumpleaños.
Si lo miramos al revés es más gratificante. Por ejemplo, si Julio Iglesias fuera caballo tendría 33 años, como el título de uno de sus primeros discos. Y Madonna sería una yegua de veinte años, seguro que le agrada más a la artista decir que tiene veinte como yegua que sesenta como humana. Pues nada, todos contentos e informados. Por cierto, el próximo once de abril cumplo 18 añitos... eso sí como potro, o como burro, pero ¡vaya subidón! si vuelvo a los benditos dieciocho. ¿Alguna vez vieron a un burro beberse un Gin Tonic?, pues quedan ustedes invitados a mi cumple el próximo abril y podrán ver el prodigio.
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