Las cosas que hoy están dentro del
móvil (basta un clic y la tarjeta del banco de papá), antes se escondían dentro
de una palabra, esfuerzo.
Me contaba Antonio Domínguez, que
antes de ser profesor, tuvo que arrimar el hombro en su casa y, entre otras
cosas, ayudaba a su padre, que era panadero, a repartir el pan por las calles
de su pueblo.
Y en esas calles, y entre su
clientela, había una mujer a la que nunca le cuadraba el primer pan que Antonio
le mostraba del interior de las angarillas. Lo escudriñaba, lo manoseaba y lo
desterraba con un “éste no me gusta”.
Casualmente, también rechazaba las
dos piezas siguientes por distintos motivos (estaba demasiado prieto, estaba
demasiado blando o estaba descascarillado), de tal manera, que siempre elegía
el que le ofrecían en cuarto lugar. Por eso la bautizaron como "la mujer
del cuarto pan".
Lo que nunca supo aquella
quisquillosa clienta es que, hartos de sus manías, Antonio y su padre, urdieron
un plan para no toquetear todas las hogazas de las angarillas, cada vez que
aquella exigente señora se acercara a comprarles.
Primero, apartaban el pan que
querían que se llevase, en la angarilla de al lado, luego, simplemente se lo proponían en cuarto
lugar.
¿Cuántas personas del cuarto pan conocéis? Aquellas que no se conforman hasta manosear toda la mercancía (panes, afectos, deseos o intenciones), sin enterarse de que su elección está ya decidida, y apartada por la vida, para serles ofrecidas en cuarto lugar.
(Gracias, Antonio, por compartirme tus recuerdos)
Manolo Martínez
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