Por eso, cuando hace unos días fui al cine con mi sobrino mayor para ver la última entrega de Indiana Jones, hice examen de conciencia y comprendí que quien realmente está sufriendo de continuo es la madre de Indiana Jones.
Hacía tiempo que no veía una película de acción, no son mis preferidas, pero tuve más tiempo el corazón en la boca que en el pecho. ¡Que derroche de adrenalina, que estrés!
Las escenas de peligro se sucedían una tras otra, y fue, en esa concatenación asfixiante de riesgos y amenazas, donde evalué la de sofocones y desvelos que tendría que pasar la madre del héroe de los cojones, pobrecita mía.
Nosotros, que lo único que nos preocupa si van a mojarse el culo a Chipiona nuestros hijos, es que vuelvan con luz del día, ¿cómo estaríamos si nuestras crías galoparan a lomos de un caballo delante de un metro?, como hace Indi en su última peli. ¿Y si la novia de nuestro hijo se subiera a un avión en marcha a través del tren de aterrizaje?
No hay valerianas en el mundo que calmen a la madre de Indiana Jones, vaya telita el niño que le tocó.
¿No pudo Indiana haber aprobado unas oposiciones de conserje en el Museo de Bellas Artes?
Manolo Martínez
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