Ambas la captaron mis hijos en distintos momentos de sus vidas.
Pablo estaba en Roma cuando descubrió a ese hombre remando por un muro de cemento.
Es curioso que reparara en aquella diminuta barquita surcando una cochambrosa pared, teniendo en cuenta que la misma estaba en la esquina de una de las plazas más hermosas del mundo, la Piazza del Popolo, a pocos metros de un espectacular obelisco que la corona, y junto a la majestuosa Iglesia Santa María del Popolo, la de la película "Ángeles y Demonios".
…y hablando de ángeles, a casi dos mil kilómetros de aquella piazza, en Sanlúcar de Barrameda, el otro fotógrafo, Ángel, supo ver el momento exacto en que el sol se descolgaba del cielo para ser sorbido por el mar, como si fuera un caracol de los que prepara Pinante en su bar del León de San Francisco.
Observar estas dos fotografías me hace pensar que la belleza está allá dónde uno la vea: dos ciudades, dos momentos, o simplemente dos formas de entender el mundo.
Estoy seguro de que un día aparecerá, frente a la playa de las Piletas, el remero romano atraído por el sol de Sanlúcar, y cuando esto ocurra, veremos el hilo rojo del que hablan los orientales, aquel del que cuentan, que los dioses atan alrededor del tobillo de los que han de ayudarse a lo largo de sus vidas.
Dicen que ese cordón mágico puede estirarse si las personas se alejan, o enredarse, pero jamás puede romperse, porque el hilo une a las personas que están destinadas a quererse y cuidarse.
A Pablo y Ángel
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