Lo sé porque yo estaba delante la
tarde que mi padre se lo compró a Antonio, el que llevaba la tienda de Muebles
Barrera en el Paseo del Estatuto, justo donde ahora está la tienda de los
chinos.
El día que mi padre colgó en la pared del salón esta jauría de perros,
nadie quería sentarse a cenar dándole la espalda.
Era una sensación angustiosa, como si en un cualquier momento, uno de
aquellos galgos decidiera soltar al venado, y saltar del cuadro a uno de nosotros, a sabiendas de que seríamos
un bocado mucho más tierno.
Recuerdo a mi abuela sorbiendo la sopa sin despegar los ojos del lienzo.
Tampoco he podido olvidar el día que “echaron” en la tele “Bambi”, porque, por cada cucharada de fideos que yo metía en mi boca, mis ojos echaban al caldo del puchero, un “viaje” de lágrimas mientras miraba de reojo a los perros zamparse a otro pariente de Bambi.
“Lo van a dejar solo en el mundo”, pensaba sin poder parar de llorar.
Yo estaba seguro de que aquel cuadro sólo estaba en mi casa, pero, con el
tiempo, comprobé que raro era el hogar de los años 60 o 70, que no tuviera una
copia del cuadro que compró mi padre a ditas.
…anda que no vendería cuadros Cabello...
Para que ahora vengan los eruditos
diciendo que el cuadro es de Paul de Vos. De Cabello, coño, de Antonio Cabello
el de Muebles Barrera primero, y Muebles Cabello después. Una maravillosa
persona, dicho sea de paso.
Manolo Martínez
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