Apenas llevo unas horas sin ti y ya te echo de menos.
Noto tu falta. No me hallo. No sé moverme sin tu cercanía. Es tanto el tiempo que pasamos juntos que ya eres parte de mí, tanto que me has creado una dependencia casi enfermiza.
Aún así, intento reflexionar, pararme a pensar, preguntarme si realmente me convienes. No te digo, lo que yo mismo me contesto, porque no quiero herirte. ¿Que me pasa entonces? Ni contigo ni sin ti.
Y ahora que lo rumio, tampoco eres para tanto. Lejos de templarme me desasosiega y me inundas de adrenalina.
Y es que no callas. No conoces el significado de ese bien espiritual que es el silencio. Hablas a todas horas, hablas por los codos, y si alguna vez te callas es para incitarme a que yo hable. Es una locura. Me urge tomar una decisión ya. Ahora.
Si acaso voy a esperar una tarde más, sólo una más. Por aquello del amor propio, por saber que si quiero puedo ser autosuficiente, por mi ego, por refrendar que soy capaz de vivir sin ti: una hora, una mañana, una noche, un día entero, quizás una semana…
No. No es verdad. No puedo más. A las tres sale el autobús. En poco más de treinta minutos te tengo en mis manos, bueno…, si quiero que te pongan la pantalla protectora tendré que esperar algo más. No me importa. Te necesito. Cojo la tarjeta, el DNI, y ya estoy en Media Markt que es donde siempre me esperas.
Me he quedado sin móvil, Dios, no sé cuánto más podré aguantar. Sin ti, móvil, no sé vivir. Me voy corriendo que pierdo el bus.
Manolo Martínez
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