Con
quince años crees que te vas a comer el mundo, pero, a partir de los cincuenta
compruebas que es el mundo el que te come a ti, a bocaítos, como si fueras una
galleta Oreo.
Y tal cosa ocurre cuando la gente sin ética se instala entre nosotros como
el polvo en los muebles viejos.
Hay días, son los menos/menos mal, que uno se levanta, tira un puñao de
paja/intenciones al aire, por ver pa dónde van a ir los vientos, y,
aquellas, te caen encima como la cagada de una gaviota mientras miras extasiado
el mar.
A partir de ahí enarcamos el lomo como un gato cabreado para, de golpe y
porrazo, convertirnos en aspirantes a mala persona, asumiendo, a nuestro pesar,
de que, aparentemente, a los malos les va siempre mejor.
Nos subimos el cuello de la camisa hasta las orejas, nos ponemos unas gafas
de sol de los cincuenta, y colgamos un cigarro sin encender en la comisura de
los labios.
Ya estamos prestos para putear. ¡Ufff…! Esto funciona, que gustito da…,
todo el mundo me teme, y me respeta y adula, se aparta de mi camino pero antes
me tiende la alfombra roja.
¡Hijos de puta del mundo, hacedme un sitio!
Manolo Martínez
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