La
feria, como el verano, como la risa, como cualquier paisaje anímico, va unida al
mapa de las edades. Bendita seas tú, entre todas las ferias, la feria de los cinco
años. Es la medalla de oro, la de los ojos asombrados, la "más mejó",
la que no tiene más preocupaciones "queladeque" la fila de espera de
los cacharritos sea cortita. Que es miércoles, cacharritos, que es jueves,
cacharritos, que es viernes, cacharritos, que es...¿domingo?, ostia que esto se
acaba papá, cacharritos-cacharritos-cacharritos...el último...papá...mamá...el
último y uno más. Qué maravilla.
Los años pasan hasta llegar a la cándida adolescencia, la que "BIBE" la feria como yo escribo "bibe", con la b grande, la b de baile, la b de beber, la b del primer beso, la b de birlibirloque, la b de Betis "manquepierda". Manquepierda la niña que les gustaba, manquepierda el dinero que les daba la abuela pa invitá, y hasta manquepierda la bergüenza en cuanto a los 17 años se tomaban un cubata después de media docena de cervezas. La feria era suya, o eso nos creíamos cuando conseguíamos reunir docena y media de años, el más grande capital que jamás volveremos a poseer, la divina juventud.
Y
en un despiste, en un pis pas, llega la feria como adultos, la feria como padres.
El mundo al revés. Ahora somos nosotros los que ponemos la hora, las fronteras,
las pegas, los que olisqueamos como sabuesos si nuestros cachorros han bebido
el alcohol que nosotros bebíamos, o fumado los cigarros que nosotros nos
fumábamos. Ainssss...la puta y traidora perspectiva. Con la impotencia que nos
daba cuando estábamos al otro lado del río, y ahora copiamos y pegamos. Que
poca imaginación, que pobreza intelectoferial. Ojipláticos nos ponemos cuando
nuestros hijos hacen las mismas cosas que nosotros facíamos.
Al
fin y al cabo la noria, pero no la de la plaza arriba que ya cerró, sino la
noria de la vida que, a Dios gracias, sigue abierta. Buena Feria.
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