Mientras subo por la calle Prim empiezan a pesarme las piernas. Será la
cuesta, pienso, la cuesta de enero. En seguida, apenas piso la plaza, escucho a
Antonio llamando a dos guiris:
—Psss... psss... aquí, aquí..., —les vocea mientras les señala con el dedo sus
sillas plateadas.
Sigo tirando del cuerpo hasta plantarme en la esquina de los valencianos.
El olor de los buenos guisos, de Bodega José María, me hace mirar parriba, pero
yo sigo avanzando hasta dejar detrás el ayuntamiento, y girar a la izquierda,
al llegar a Mingalario. Una calle, una revuelta y Santa María. Las tres
vacías.
Es como
si hubiera cruzado el Leteo, el río del olvido. Nadie. Será la cuesta, la
cuesta de enero, la que hace que la gente, ni beba ni rece ni ponga un pie en
la calle.
Pero insisto en mi caminar y me planto en el campo que nace prematuro enmarcado en la Puerta de Córdoba. Míralos, allí están todos, todos los pájaros.
La noche echa sus redes y algunos caemos. Vuelvo entonces sobre mis pasos, hasta bajar por Prim ya apagado el día, y encontrarme, al final de la cuesta, a febrero, que se asoma agarrado al recodo entre Casa Paco y la Tasquita del Inglés.
¡Ea!, ya están aquí las carnestolendas.
https://www.facebook.com/Comer-Beber-y-Hablar-630331003941651/?ref=bookmarks
No hay comentarios:
Publicar un comentario