Pero, como no sé lo que sienten, no puedo saber si coincide con lo que provocan en mí.
Y eso me descoloca. Es jodido. Pero al poco lo entiendo. Es que, aunque queramos, nuestros hijos no son nuestras copias, como a menudo pretendemos. Tampoco nuestros padres lograron que fuésemos a su imagen y semejanza, más bien lo contrario.
Sólo cuando aceptamos que nosotros no somos su sol, y que ellos no son planetas que reflejan nuestra luz, sino que brillan con luz propia, sólo entonces, es cuando realmente empezamos a quererles incondicionalmente.
Lo de antes era un acto de egoísmo, un intento de colonizar al otro, o quizás solo un intento de reconciliarnos con nosotros mismos, algo así como: “Haz tú lo que yo no hice o sé tú lo que yo no fuí”.
Ahora, que ya no entro en sus canciones, hay días que les pillo, in fraganti, colándose en las mías. Esto no hay quien lo entienda, pero es muy hermoso.
Manolo Martínez
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