El miedo mandaba en los años de maricastaña, pero hoy, me cagüen en la puta, ¿miedo a qué?, si nos vamos a morir igual, mejor sin miedo, coño.
¿Miedo al que dirán, a señalarnos, a decir lo que pensamos? Nos persigue desde que nacemos: miedo al primer guantazo de la matrona, al primer día de escuela, al no de tu petición a los reyes magos, a los exámenes, al no de tu padre, al no de tu novia...miedo por tós laos.
Miedo a
la rutina y miedo a lo extraordinario. Miedo al trabajo, pero también al paro.
Frankestein y Drácula formaban parte de nuestros terrores infantiles, hoy las hipotecas y los bancos sustituyen a ambos.
Pavor a descender a segunda. Pánico a los 45 grados a la sombra de los veranos sevillanos. Se dice que el miedo es un arma para la supervivencia, (siempre y cuando no pase a ser el motor de la vida). Actuar, pensar o hablar no debieran estar gobernados por el miedo a...
...y sin embargo..., lo utilizamos continuamente, para educar a nuestros hijos:
¡No entres ahí que está la bruja!, (cuando es la
bruja la que le teme a él))
Menos mal, que las ciencias avanzan que es una
barbaridad y, un tal Glen Shumyatsky, ha descubierto un gen vinculado al miedo, así que, de
aquí a poco tiempo, con dos comprimidos de “miedosín” antes de las comidas, podrás ver “El Silencio de
los Corderos“ y descojonarte de risa, o decirle a tu parienta: "Hoy no
saco la basura, ¿qué pasa?", sin que te tiemblen las piernas, o viajar en avión,
sentado en una de las alas, o acariciar una serpiente como si de la melena de
tu amada se tratara.
O de gritarle al maître de aquel restaurante de postín que intentó engañarme en la cuenta la semana pasada: "Al ladrón, al ladrón ..." , claro que, si grito muy fuerte esto último, media España corre detrás de la otra media.
Manolo Martínez
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