Era verano, y los padres nos llevaban al cine Rialto, un cine sin techo y sembrado de sillas de hierro.
Por aquella enorme pared blanqueada, la pantalla, se paseaban, como salamanquesas, Manolo Escobar, Gracita Morales y Antonio Garisa. Luego, llenos de pipas y de risas, volvíamos a casa, pero antes, la paraíta.
Nos soltábamos de la mano de mamá y corríamos para agarrarnos a la reja que separaba, y separa, el pilón de los peces rojos que salían a comerse las bolitas del pan sobrante del bocadillo que le tirábamos al estanque.
Pero, apenas nos daba tiempo, porque nuestras madres-vigías, nos perseguían y amenazaban:
—¡Ven acá pacá, Manolito! ¡Como te coha tevá a cagá!
…y mientras tus pies andaban hacia delante, juntos a los de mamá que te remolcaba del brazo, tu cabeza giraba hacía atrás, como la de la niña del exorcista, buscando ver, por última vez, el último pez.
Cuando mis hijos eran chicos me empeñaba en mostrarles aquel pilón en el que flotaban mis recuerdos como las pelotitas de pan que, ahora, se tragaban los años con su desdentada boca.
Sin embargo, mis herederos, lejos de hacerles una fiesta a los descendientes de aquellos peces que escuchaban cantar a Manolo Escobar, arrugaban su frente para decirme que querían irse.
Normal, si hasta los peces les hemos metido en sus cuartos, dentro de lujosos acuarios. Tan malo es lo mucho como lo poco, me decía mi padre.
Manolo Martínez
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1 comentario:
Pues yo todavía llevo a los míos allí,y están hartos de ver peces,pues se entretienen😂😂
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