En la ronda
norte se encuentra uno de todo: gente joven y gente mayor, mujeres y hombres,
deportistas de piernas rápidas y deportistas de lengua rápidas, de esos que
necesitan tres horas porque hablan más que andan.
Hace unos días descubrí una
especie más: el suricato de la ronda norte.
Es macho, mu macho, y va erguido,
tieso como un ajo, pero lo que realmente le delata es que va con la cabeza
girada, como la niña del exorcista, mirando más tiempo hacia atrás que al
frente.
Y es que, en cuánto atisba en el
horizonte del carril bici a una mujer, pone el cuello en posición de “atento”, en modo telescopio, estirando las
cervicales hasta el infinito y más allá, para luego, conforme va pasando a su
lado la susodicha, el suricato de la ronda norte va virando su pescuezo, y
acompañando con la mirada a la abochornada mujer.
No se le escapa ni una al animalito.
Si le ves venir, y vas acompañado
de una fémina, haz lo que fizimos mi compañera y yo una vez, que empezamos a
andar hacia atrás, pero sin perderle la cara al suricato.
Fue una pasada verle acelerar el
paso intentando adelantarnos y situarse detrás, pero más sorprendente fue su
reacción al no conseguir su propósito. Se dio la vuelta, y dándonos la espalda,
se alejó de nosotros, tan rápido, que le perdimos de vista en un plis plas.
No habían pasado treinta minutos
cuando, instintivamente, nos giramos mi mujer y yo, y pásmense vuestras
mercedes, allí estaba el suricato, a dos metros escasos de nosotros.
Le había dato la vuelta a la ronda
norte hasta colocarse dónde a él le gusta apostarse, en la retaguardia.
Aunque los suricatos se alimentan
principalmente de insectos, arácnidos o ciempiés, esta subespecie, el suricato
de la ronda norte, necesita "darle al ojo" para subsistir, alguna
carencia tendrá la criatura.
Manolo Martínez
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