Una vez al año, por mayo, se reúne el sanedrín. Madres y abuelas, en “porcojonescracia”, deciden los hábitos que deberán lucir durante la Feria esos inocentes de dos a tres años.
En apenas cinco minutos ya hay “fumatta blanca”. No hubo problemas con la oposición del padre y del abuelo. Eran dos contra dos, mayoría absoluta clara.
Cuarenta centímetros de niño de traje corto, y una diminuta niña de faralaes,
es como si le diésemos vida a los muñequitos que adornan el televisor de la abuela.
En ese microondas que llaman caseta, el sudor baña la cara de una criaturita
que acoge en su cuerpo menudo más volantes que el “Virgen Macarena”. El amor de
madre le hace vocearle al patriarca:
— Pepe, con la media de manzanilla, pide otra media de APIRETAL, algo le
refrescará…
(Todo menos quitarle el traje de flamenca. Con lo graciosa que va…)
En el otro extremo de la caseta, un angelito de dos años, “tira” como puede de un par de botos de Valverde del Camino, de kilo y medio cada uno.
Mientras, de las tres raciones pedidas, tan sólo una llega a la falda de la abuela. El resto han sido engullidas por ese “ente intangible” que devora y no paga , y que habita en todas las casetas.
Unas boquitas naranjas escupen pompitas de jabón, son las dos gambas supervivientes a un naufragio de Mistol, de unos platos recién ¿lavados?
Con lo a gusto que se come en casa. Menos mal que la manzanilla, ese líquido amniótico que nos envuelve durante cuatro días y cinco noches, hace que nos riamos de tanto despropósito.
Los “trasgos” de la Feria nos llevan en volandas, de caseta en caseta, de cacharrito a cacharrito, de los algodones a los churros, y de los churros a casa.
Así pasamos del miércoles al jueves, y del jueves al viernes. Y al llegar a la jornada del sábado, una voz aguardientosa, cascada y rota, nos hace hablar como Dyango, y rogarle al camarero:
— "Niño..., échale a la Guita una “mihita de zevená".
La mañana dominical, el estómago, fiel a las leyes kármicas , nos devuelve, con intereses incluidos, los malos tratos recibidos. Fatiguitas matutinas, mareos y malestar general, vamos que si no fuese por esa pecatta minuta de la imposibilidad biológica, diríase que estamos todos preñados hasta los eyes.
Y el domingo, cuando el sol cierra los ojos, y no nos cabe más Feria en el cuerpo, y mientras la parienta habla, habla y habla en el mismo portal de la ya ex_Feria, a nosotros se nos “enciende” la punta del dedo índice, y repetimos obsesívamente:
— Mi caaaaasa, mi caaaaasa, mi caaaaasa...
Manolo Martínez
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