Cuando el padre de Antonio Gala enfermó de Alzheimer, éste se
fue a cuidarle, y contaba el escritor lo doloroso que fue comprobar que ya no le
reconocía.
Durante los cuatro meses que le acompañó, su padre solo
le habló de una única persona todo el tiempo: de uno de sus hijos, de cuando
éste tenía tres años, de cuando tenía cuatro años… de las cosas que hacía ese
hijo por el que sentía auténtica pasión.
Aquel hijo del que le hablaba, era el propio Antonio, el mismo que estaba escuchándole, y al que ya no reconocía.
Así se enteró el magnífico escritor de que había sido siempre el favorito de su padre, aunque éste siempre lo disimuló, tan bien, que Antonio nunca se lo imaginó hasta que el alzheimer de su padre le regaló aquella verdad.
Manolo Martínez
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