Hayquevé lo que me gustaban a mi los piquitos de los gordos, los que ponía Telaraña con los calamares. ¿Y el “Un, dos, tres…responda otra vez”?..., hayquevé lo que me gustaba a mí el “un, dos, tres”, ¿y una partida de pinpón en los billares de matarrucho?, hayquevé lo que me gustaba a mi el pinpón…y los billares de matarrucho.
Y es que antes se vivía mejor, por lo menos yo. Veinticinco pesetas me costaba una cerveza con una pescada “asín de grande” en la Peña Bética que estaba en la calle “el caño”.
¿Y los besos de las primeras novias? ¡Sabían a gloria, que ricos estaban dios mío! Siempre me pregunté si a ellas le sabrían igual que a mi.
Los sábados comprábamos Mores en el kiosco de Pura, ¿se acuerdan del kiosco de Pura?
Con el coraje que me daba escuchá a mi padre decir que “antes se vivía mejor”, ahora que soy padre le tengo que dar la razón, si acaso le matizo, y apostillo: “mucho mejó papá”.
Dónde va a parar, Pero…, ¿cómo va a ser lo mismo bailar media docena de lentos como requisito previo para cogerle el culo a la pretendida, que tirarte literalmente encima la misma noche que la conoces sin ni siquiera saber su nombre?
Hay muchas cosas que han mejorado: el precio de los aires acondicionados,
el Betis, las conversaciones, escuchar más y hablar menos, el paseo por las
calles fijándonos en los detalles, no hacer nada sin que sea un cargo de
conciencia…y muchas cosas más, pero el sabor de aquellos picos gordos
deshaciéndose en la boca antes de darle otro buchito a la cerveza, ese momento
único no ha podido ser superado.
Manolo Martínez
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