En los años de maricastaña, cuando los niños no llevaban los deberes hechos, les ponían dos orejas de fieltro sobre la cabeza y luego les humillaban dejándoles de pie sobre la tarima para burla del resto de la clase.
Teniendo en cuenta aquellas ignominiosas maneras pedagógicas, uno duda si el rucio que vemos en la fotografía acaba de salir de la biblioteca, o ha pasado de largo y de ahí su conversión en garañón.
Reconozco que es una hipótesis manida, poco original, más estúpida que lúcida, pero es que hay veces que uno se queda sin ar-jumentos.
Manolo Martínez
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