Con el alma ya escamondada, por una confesión y dos padrenuestros, los carmonenses de aquellos años, con sus pantalones de mil rayas, y sus mujeres agarradas al brazo, se daban una vuelta por la Plaza de Arriba, hasta que echaban el ancla en Rodrigo para tomarse una caña de cerveza con chochitos, en aquellos platos blancos y ovalados.
Mientras tanto, en cualquier velador de una taberna cualquiera, unas empingorotadas ponían como un trapo a la hija de Manolita, por haberse quedado preñá del que ellas mismas pretendían.
La madre que me.
Tres veladores más arriba, dos malletes se lamentaban, de la ruina que se les venía encima, por las malas cosechas recogidas.
Conque, estarán ustedes de acuerdo conmigo, en que tampoco han cambiado tanto las cosas desde aquellos años en que nuestros padres tenían la edad que nosotros tenemos ahora. Si acaso, el color del vestío de la virgen.
Manolo Martínez
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