CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


viernes, junio 15, 2018

EN EL CIELO


¿Han  reparado  ustedes  en  la conversión que  sufrimos  al  viajar  en avión? Es  fulminante. Como  la de San  Pablo al ser  derribado del  caballo. Son  los  segundos  previos al  despegue los  que  desencadenan ese  miedo  paralizante. Toda  nuestra  vida pasa ante nosotros en un momento fugaz. Justo antes del vuelo, una  azafata angelical nos instruye soplando por un  salvavidas,  por  si acaso …y  uno  se pregunta mientras sonríe a la  azafata, ¿y por qué  tanta  cautela, y de  dónde  saca  uno  el aire  para  soplar si aquello se viniera  o viniese abajo?
Se  produce una  ósmosis entre  la aceleración de nuestro  motor  vital y la del  avión. Comienza  una carrera  infernal por  la pista. Ya no  hay  vuelta  atrás, "Alea Iacta Es"
Nuestra lengua empuja el corazón  hacia dentro y es, en esos escasos  segundos  del  despegue, cuando buscamos con disimulo la  mano del compañer@. La  asimos, la apretamos, y le  musitamos un te quiero que ni es te quiero ni ná, es TERROR, que somatizamos en un "apretón" del tubo digestivo del que culpamos al Cola-Cao, ¿qué Cola-Cao?, pero si aún no habías desayunado. Es  entonces  cuando reparamos en que deberíamos haberle ayudado a recoger  la mesa la noche anterior, o que no tendríamos que habernos mosqueado con el compañero de trabajo. Todo son  arrepentimientos, golpes  de pecho y un  “mea  culpa “  interminable.
       
-    ¿Qué  es  eso?  ¡Algo  falla!

Un  ruido  extraño bajo nuestros pies  nos   dispara la  adrenalina.

        - ¡Ufff..., era  el  tren  de aterrizaje, que se había  recogido!             ¡Qué  tontería!

Las   azafatas  van  y  vienen sonriendo más que el presentador de Salud al día. ¿Pero de qué se ríen las muy estúpidas?, si no estamos jugando la vida. Al poco, la  voz  del  piloto nos  anuncia que estamos a no sé cuántos miles  de pies  de altura.
                 A esa distancia no somos nadie. Se nos quitan todas las chulerías. Es  como cuando estamos boquiabiertos en el sillón  del dentista, o como cuando le “ofrecemos” una nalga al ATS, presto a estoquearla. Tanto  estrés, tanta lucha, tanta soberbia, para que en unos minutos, un niñato uniformado con el carné de piloto nos deje “con el culo al aire“.
A 8.0000 metros facemos  propósito de enmienda: 

- Juro por lo más sagrado que voy a cambiar, que no seré tan fijoputa, que donaré sangre, que recogeré la cocina, que pondré el resto de mi vida el rollo de papel higiénico cuando se acabe, juro...lo juro todo...


Quizás  sea  por la cercanía del  Todopoderoso  entre  las nubes, o quizás por  el miedo a que ese sea nuestro postrero viaje. Da igual el quizás, lo único que queremos es acabar.

Las  compañías aéreas y la Iglesia debieran firmar un convenio:


Tras la confesión dominical nada de tres padrenuestros y un avemaría, que regalen en las misas billetes de avión a cualquier lugar de nuestra geografía.
A miles de metros sobre nuestras camas y tabernas, “el pájaro de hierro” recauda más  arrepentimientos y buenos propósitos que todos los  curas  del mundo juntos. Feliz vuelo.
Manolo Martínez

3 comentarios:

Lola Martínez dijo...

A ti te produce pelín desasosiego el avión por lo que intuyo. No sufras tanto, si se cayera, a esa altura y con esa velocidad, ni te enterarías de llegar a mejor vida. De todo hay que mirar la parte positiva.
Un beso. Feliz domingo.

laportademanolomartinez dijo...

Hola Lola, pues mira nunca le tuve miedo al avión, pero ahora que soy más viejo, empiezo a cogerle respeto...se ve que uno valora cada vez más la vida. Tomaros Andrés y tú una copa de buen rioja a nuestra salud.

Margarita HP dijo...

Ende luego vecino que eres único describiendo situaciones, ja ja. ¡Qué bueno, y qué verídico! Ainssss

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