¿Han
reparado ustedes en
la conversión que
sufrimos al viajar
en avión? Es fulminante. Como la de San Pablo al ser derribado del
caballo. Son los segundos
previos al despegue los que
desencadenan ese miedo paralizante. Toda nuestra
vida pasa ante nosotros en un momento fugaz. Justo antes del vuelo, una
azafata angelical nos
instruye soplando por un salvavidas, por si
acaso …y uno se pregunta mientras sonríe a
la azafata, ¿y por qué tanta cautela, y de dónde
saca uno el aire
para soplar si aquello se
viniera o viniese abajo?
Se produce una
ósmosis entre la aceleración de
nuestro motor vital y la del avión. Comienza una carrera
infernal por la pista. Ya no hay
vuelta atrás, "Alea Iacta Es"
Nuestra lengua empuja el corazón hacia
dentro y es, en esos escasos segundos del
despegue, cuando buscamos con disimulo la mano del compañer@. La asimos, la apretamos, y le musitamos un te quiero que ni es te quiero ni ná, es TERROR, que somatizamos en un "apretón" del tubo digestivo del que culpamos al Cola-Cao, ¿qué Cola-Cao?, pero si aún no habías desayunado. Es entonces cuando reparamos en que deberíamos haberle
ayudado a recoger la mesa la noche
anterior, o que no tendríamos que habernos mosqueado con el compañero de trabajo. Todo son arrepentimientos, golpes de pecho y un
“mea culpa “ interminable.
- ¿Qué es eso? ¡Algo falla!
Un ruido extraño bajo nuestros pies nos dispara la adrenalina.
- ¡Ufff..., era el tren
de aterrizaje, que se había
recogido! ¡Qué tontería!
Las
azafatas van y
vienen sonriendo más que el presentador de Salud al día. ¿Pero de qué se ríen las muy estúpidas?, si no estamos jugando la vida. Al poco, la voz
del piloto nos anuncia que estamos a no sé cuántos
miles de pies de altura.
A esa distancia no somos
nadie. Se nos quitan todas las chulerías. Es como cuando estamos
boquiabiertos en el sillón del dentista, o como cuando le “ofrecemos” una nalga al ATS, presto a estoquearla.
Tanto estrés, tanta lucha, tanta
soberbia, para que en unos minutos, un niñato uniformado con el carné de piloto nos deje “con el culo al aire“.
A 8.0000 metros facemos propósito de enmienda:
- Juro por lo más sagrado que voy a cambiar, que no seré tan fijoputa, que donaré sangre, que recogeré la cocina, que pondré el resto de mi vida el rollo de papel higiénico cuando se acabe, juro...lo juro todo...
Quizás sea por la cercanía del Todopoderoso entre las nubes, o quizás por el miedo a que ese sea nuestro postrero viaje. Da igual el quizás, lo único que queremos es acabar.
- Juro por lo más sagrado que voy a cambiar, que no seré tan fijoputa, que donaré sangre, que recogeré la cocina, que pondré el resto de mi vida el rollo de papel higiénico cuando se acabe, juro...lo juro todo...
Quizás sea por la cercanía del Todopoderoso entre las nubes, o quizás por el miedo a que ese sea nuestro postrero viaje. Da igual el quizás, lo único que queremos es acabar.
Las compañías aéreas y la Iglesia debieran firmar un convenio:
Tras
la confesión dominical nada de tres
padrenuestros y un avemaría, que regalen en las misas billetes de avión a cualquier lugar
de nuestra geografía.
A miles de metros sobre nuestras camas y tabernas, “el pájaro de hierro” recauda más
arrepentimientos y buenos propósitos que todos los
curas del mundo juntos. Feliz vuelo.
Manolo Martínez
3 comentarios:
A ti te produce pelín desasosiego el avión por lo que intuyo. No sufras tanto, si se cayera, a esa altura y con esa velocidad, ni te enterarías de llegar a mejor vida. De todo hay que mirar la parte positiva.
Un beso. Feliz domingo.
Hola Lola, pues mira nunca le tuve miedo al avión, pero ahora que soy más viejo, empiezo a cogerle respeto...se ve que uno valora cada vez más la vida. Tomaros Andrés y tú una copa de buen rioja a nuestra salud.
Ende luego vecino que eres único describiendo situaciones, ja ja. ¡Qué bueno, y qué verídico! Ainssss
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