Con el calor,
no sé por qué, aprietan las nostalgias. Quizás sea el hígado el detonante, que
ahora le cierra las puertas a las mismas cervezas que en la juventud pasaban
sin permiso. El caso es que después de unas cuántas espumosas se me viene a la cabeza el recuerdo de un amor adolescente que duró justo lo que dura un verano.
Era guapa, y pija, tanto que tenía una amiga cuya condición "sine qua
non" para dejarse querer es que el elegido en cuestión vistiera pantalones
de color rojo (vestimenta oficial en los ochentas de los "Borjamaris")
Aquel novieta me dijo un día que la puerta de mi casa era "mu chica". A mí me chocó que calificara de reducida una puerta por la que entraban a diario mis padres, mis hermanos, yo, mis
dos abuelas, alguna vecina y no sé cuántos amigos. No pasábamos todos a la vez, obviamente, y aún así negué que aquella fuera mi casa como San Pedro negó a Jesús, tres veces.
- ¿Chica la
puerta de mi casa? Te habrás equivocado guapetona, esa no era mi casa. Por la puerta de mi casa
entran caballos haciendo el paso español.
Hoy, más
viejo, que no más sabio, entiendo que la estrechez no estaba en la puerta sino
en mi cándida cabeza adolescente. Por los pantalones "coloraos" no pasé, me daba igual lo que pensara su amiga, pero lo
hice casi peor, me embutí unos amarillos, como los de Miguel Bosé cuando cantaba "Don
diablo se ha escapado..." y una tarde de domingo me lucí con ellos por la calle principal del pueblo. Iba yo "pa
chillarme", tanto que escuché a mi paso decir a un vecino:
- Niño, ¿tu padre te ha visto?
- Niño, ¿tu padre te ha visto?
Manolo Martínez
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