Ha cambiado el suelo enmoquetado
de un gran teatro por el cielo, y su público no se ha vestido de gala para la
ocasión, es más, ni siquiera se ha vestido. Aquí los espectadores no acuden al
concierto para medirse por el tamaño de las joyas que van a lucir, es más, ni
siquiera se miran, cierran sus ojos para sentir como habla el violín en manos del concertista.
Manolo Martínez
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