El pasado 10 de marzo tuve que pasar una
noche en el Hospital Virgen Macarena de Sevilla. Me senté en una sala de espera
vacía, por mor de la pandemia y los protocolos, sin más compañía que el ruído
de alguna puerta lejana abriéndose y cerrándose.
Me puse los auriculares y mi
música. Giré tanto la ruedecita del volumen para dejar de escuchar las puertas,
que casi la rompo. Cerré los ojos.
No habían pasado veinte
segundos cuando sentí una mano llena de dedos en mi hombro. <<Ojalá
Cardiología esté cerca>>, pensé mientras mi lengua echaba mi corazón
hacia atrás porque se me quería salir. No era miedo, era terror. Tragué saliva,
me retiré los auriculares, y abrí solamente un ojo, por si tenía que volver a
cerrarlo.
—Buenas noches, me dijo un hombre de mediana
edad y con barba.
A partir de ahí empezamos a hablar de lo que hablan dos desconocidos que se encuentran en el médico. Entretanto mi corazón había bajado al pecho dejando libre mi boca. M me contó (le llamo M porque esto que les cuento sucedió realmente y, por respeto, quiero guardar la identidad y procedencia de este señor), como iba diciendo, me contó que venía de un pueblecito de Cádiz para hacerse unas pruebas, porque allí no tenían los medios necesarios.
Intenté ser delicado y no le pregunté cuál era el mal que le aquejaba, pero no hizo falta. M. tenía ganas de contarlo, de todas formas, supongo que pensaría, no me iba a ver más, y el hombre tenía ganas de acortar la espera de la noche charlando con cualquiera.
—Zabe usté… yo es que zoy mu zenzible, —me dijo aquel buen hombre con el ceceo propio de Cádiz.
—… pero eso es bueno M., no es ninguna enfermedad, —le dije yo intentando ser amable
—Zegún ze mire… la última crizi que tuve fue porque cuando tuve un pescaíto en mi mano, lo vi tan chico… que me dio mucha lástima…
—¿Y dónde está el problema? A todos nos dan ternura los animales pequeños…
—…pero es que yo soy pescaó… ¿cómo me voy a ganar la via?
—Entonces, ¿no se lo comió?
—¿Comérmelo? Con la pena que me daba… quise devolverlo al mar, pero no me dio tiempo… perdí el conocimiento, como ziempre.
Mientras M se desahogaba conmigo, yo miraba para todos lados por si había una cámara oculta, porque nunca había escuchado algo así. Cuando me vio la cara el buen hombre me dijo que si yo no había escuchado al Évole hablar sobre su enfermedad.
Era cataplexia, aunque M no dijo cataplexia, dijo algo parecido. Lo miré en el móvil cuando fui al servicio a coger aire. Las personas que la padecen pierden el tono muscular con las emociones.
Cuando le avisaron por megafonía para que pasara a hacerse la prueba, me despedí:
—Espero que le vaya bien. Si le veo por B. (el pueblo del que venía) nos tomaremos juntos unas cervezas con chanquetitos…uy… perdón, perdón… cervezas solas, sin pescaíto.
Manolo Martínez