Hemos soportado bajar a una mina a cientos de metros bajo tierra y resistido la escalada a las montañas más altas del mundo. Nos hemos sumergido en las aguas más profundas de los océanos buscando nuevas especies marinas y hemos conseguido poner una bandera en la luna.
Sin embargo no tenemos cojones de sustituir el papel higiénico en el portarrollos del baño. Esa pesada cruz no está al alcance de cualquiera. El agotamiento que produce ese recambio debe ser de tal calibre que ni siquiera hay registrados intentos.
Es como si tuviésemos el síndrome de la reina de Inglaterra, que teniendo el recambio a mano, nos quedamos con el cartón desnudo, como si fuera la reina dando vueltas por los alrededores de “palacio”.
Algo oscuro y siniestro debe haber en esa insufrible faena para que nadie la atienda, y eso que es oficio de tonto, sacar y meter.
¿Qué ocurre en ese trance que nadie habla de él?
Si alguien lo sabe que lo cuelgue aquí. No el rollo, no el de papel. Jamás se me ocurriría exponeros a tal estrés. Me refiero a si alguien conoce algún porqué, alguna razón que arroje luz a este fastidioso recambio.
Manolo Martínez
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