Y justo ahí, en el aprieto, cuando la circunstancia requiere sosiego, empiezas a escuchar al impertinente de turno untándole prisa al trance, mientras golpea con los nudillos dos veces la puerta que te separa de la ignominia:
—Oiga… ¿le queda mucho?, te pregunta aquella mala persona.
Pero en larga cola del baño no está el genio que concede los deseos, sólo hay prostáticos y niños con las rodillas juntas mientras sus manos estrangulan al único inquilino de sus braguetas. Entre tanto, sus madres gritan desde la fila sin soltar al niño de la mano:
—Pero…,
¡por Dios!, ¿Qué está haciendo? Lleva una hora ahí dentro.
Tú inspiras, repasas uno por uno tus chakras, y esperas a que una gota de sudor frío que baja despacio por tu frente se frene en la ceja. Entonces reúnes las escasas fuerzas que aún conservas tras los fallidos intentos y susurras, arrastrando la voz junto al retortijón:
—Ya vooooy…
…pero es mentira, no puedes
ir todavía. Menos mal que te acuerdas de
—Si me queréis…irse.
Manolo Martínez
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