Por las mañanas, Molina nos proveía de pescado, a veces fiado, en aquel maravilloso carro. Luego, por las tardes, cuando mandábamos a dormir la siesta a nuestros padres para que nos dejaran jugar, aparecía de nuevo Molina, pero a esas sigilosas horas del verano, aquel tri-rueda acarreaba en su interior un milagro.
Los niños nos subíamos a la rueda chica para observar el extraordinario acontecimiento. Aquel mago se remangaba la camisa por encima del codo para demostrarnos que no había truco.
Entonces, Molina sacaba de la oscura barriga del carro un artilugio rectangular lleno de helado de vainilla que con oficio vestía con dos galletas. Los más niños nos preguntábamos. ¿pero cómo extrae vainilla de dónde esta mañana sacaba pescaíllas?
Yo no he visto en toda mi vida un milagro más barato. Por dos reales te convertía Molina el pescao en vainilla.
Si cierro los ojos, y sintonizo el recuerdo, lo escucho perfectamente:
—¡Niñaaa...ya está aquí Molina con la vitamina!
...y me rebusco en los
bolsillos dos reales, pero que va, sólo tengo cinco euros, hoy día, ni pa pipas.
Manolo Martínez
No hay comentarios:
Publicar un comentario