Y cuando por fin lo creí
conseguido, supe que algo no iba bien. Unos cuántos pasos agarrada a las
piernas de mi madre y ya me dolían los pies. Miré a mi madre y mi madre miró
mis pies.¡Eureka!, hallé la culpa: o mis pies estaban cambiados o me había
puesto los zapatos al revés.
La vida no tardó en darme su
primera lección. "Tienes que volver a empezar, no hay otra". Y
así lo hice: diez dedos, dos ojos, un zapato, dos cordones y un pie emprendieron
una pelea que duró lo que duran las cosas importantes, el tiempo que haga falta.
Eso sí, el día que conseguí la
gesta, la de ponerme sola los zapatos, puse el cartel de NO HAY BILLETES en la
puerta de mi casa.
Mis padres convocaron a los
abuelos, titos, titas y vecinos. Luego, me sentaron encima de la mesa para que
se me viera bien, y con voz de redoble de tambor, papá anunció la proximidad de
mi proeza:
— ¡Mary, venga!, que
vean los titos como te pones sola los zapatos.
— ¡Mary, venga!, que la
abuela vea como te pones también el otro.
Puede que el día de mañana tengas
un buen trabajo o uno regular, que la vida te premie con un montón de amigos o quizá
con pocos pero buenos, tendrás gente que te quiera y otra que no tanto, como
todo el mundo, ni menos ni más…
…pero jamás de los jamases volverás a sentirte como el día en el que, con la venia de tus pies, te pusiste sola los zapatos por primera vez.
Manolo Martínez
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