Una pescada así de grande. Eso
era lo que buscábamos cuando íbamos a “La Herradura”.
¿Se acuerdan ustedes de aquella taberna en la cuesta del matadero? Nos
sentábamos haciendo equilibrios en las sillas con veladores sembradas sobre
aquel repecho de cemento, hasta que llegaba el mudo, el camarero, quién, con
dos voces y un manoteo, nos preguntaba qué íbamos a tomar.
Le contestábamos llevándonos el pulgar a la boca y haciendo el gesto de
beber, y luego, mostrándole cuatro dedos que querían decir cuatro
cervezas.
Pedir las tapas era más rápido. Apoyábamos la mano derecha de costado sobre
la mitad el antebrazo izquierdo, casi un corte de mangas, y luego volvíamos a
enseñarle cuatro dedos. El mudo entendía, a la primera, que aquello eran cuatro
pescadas así de grande.
Después de rellenar las jarras de cerveza tres o cuatro veces, bajábamos la
pendiente haciendo eses, hasta llegar a la discoteca La Gloria, mientras
escuchábamos “Cara de gitana… dulce apasionada…”
Carmona, cualquier sábado de mil novecientos ochenta y poco, el siglo pasado, es decir, que somos de esos afortunados que, aún mudando de siglo, seguimos vivos, ¿te puede pasar algo mejor?
Manolo Martínez
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