Como se está en casa no se está en ningún sitio, y eso que las casas, de lo que están llenas es de cosas: una mesa, un sillón, platos y cucharas, mantas, macetas…
Pero apenas
escarbas en cada una de esas cosas, aparecen sus dueños, y con ellos el alma de
las cosas.
El sillón no
es un sillón cualquiera, es el del padre, en el que se sienta cada noche para
descansar de la dura jornada, en el que tira números del negocio, que casi
nunca le cuadran, y en el que come con la familia, ve sus películas preferidas
y da cabezadas antes de irse a la cama.
Tampoco la
mesa es una mesa sin más. En ella hacían sus deberes los niños al llegar del
colegio, y al caer la tarde, planchaba sobre ella la madre, antes de que se
inventaran las tablas de planchar. En aquella mesa daba el padre un guantazo
seco cuando, a la hora de comer, empezaban los hermanos a porfiar, y si han
visto ustedes “El cartero siempre llama dos veces”, sobra que yo les detalle
para qué sirve la mesa cuando otros apetitos aprietan.
Aunque,
quizás, sean las macetas las cosas de la casa con las que más nos
identificamos. A ellas acudían nuestras madres para desahogarse y contarles sus
cuitas, y detrás llegaban los padres retirándoles con esmero, una a una, las
hojas muertas. Las abuelas llenaban sus tardes regándolas y los niños las
utilizábamos de postes para meter goles que casi siempre acababan con los
mejores geranios despeluchados y tronchados.
Busquen un
lugar en el que haya mesas, abuelos, sillones, padres, macetas, hijos y mantas.
Difícil, ¿verdad?, pues por eso decía que, como se está en casa no se está en
ningún sitio.
Manolo Martínez
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