Le pedí a mi hijo Ángel que eligiera una fotografía de un viaje que hace unos semanas hicimos los dos a Madrid y, por hache o por be, me dio ésta.
Me descolocó porque las teníamos mejores: en la Gran Vía, en el Museo del Prado, en la Puerta de Alcalá, en el Parque del Retiro…, y va y me dice que ésta es su preferida.
— ¡Para el carro, Ángel!, pero si no se ve nada en ella —le dije—, sólo hay un árbol, un puñado de pisos, nubes sin lluvia…, ¿y esa "lechemigá" vamos a enmarcar?
— Le pones peros a todo, papá. Quiero ésta, para enmarcar lo que tú no ves —me contestó.
— La madre que me. Si quieres que no te entienda, sigue por ahí —le repliqué ya tocado.
— Vas demasiado rápido siempre, papá, y sólo ves lo que ves. Escondidos en la fotografía, en la parte inferior, hay una pareja haciendo manitas, y fue a ellos a quien fotografié. Aquella pareja a punto de besarse era el contrapunto al caos de la gran ciudad, a los cientos de coches y personas yendo y viniendo, como hormigas, sin pararse ante algo tan único como un atardecer. Ellos sí se pararon.
Que sensación tan rara ésta de pasar de profesor a alumno en el tiempo que dura una conversación.
Al principio te sientes como cuando invitas a alguien a tu casa, y lo primero que hace, es pasarle el dedo a los muebles.
Luego, lo entiendes, porque no hay nada más hermoso, y saludable, que empecemos los padres a aprender de los hijos.
Feliz cumpleaños, Ángel, y gracias.
Manolo Martínez
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