¡Pablo! ¡Qué vengas cuando te llamo!
Mientras Pablo, obediente a su desobediencia, corre despavorido apartando piernas a su paso hasta que... ¡las dos rodillas… a tierra por iguá!
Llanto que suma decibelios al ensordecedor altavoz que martillea por enésima vez:
“Mírala cara a cara… que es la pri-me-raaaa…”
Pablito es un surtidor de lágrimas mientras su flamenca madre retira de sus rodillas un tapón de Cruzcampo, una servilleta de papel con carmín y trozo de calamar, un ducado medio apagado, un ojo de gamba… (aquello parece un conjuro), y por último, con la bendita toallita húmeda, retira albero de sus piernas como para cubrir la Maestranza.
La feria, como el verano, como la risa, va cosida a la edad. Bendita seas tú, entre todas las ferias, la feria de los cinco años, la que no tiene más preocupaciones "queladeque" la fila de espera de los cacharritos sea breve como el suspiro del mar.
Ahora ya, con más canas que cabello negro, me quedo de la Feria los apartes, los tiempos muertos; cuando el bullicio se retira a darle puchero al estómago y la caseta, medio vacía, se viste con una sevillana dicha (que no cantada), del Pali, aquel sabio que dijo aquello de “Señores, menos misiles y más pavías de bacalao”.
…y el domingo, cuando el sol cierra los ojos, y no nos cabe más Feria en el cuerpo, y mientras la parienta habla, habla y habla en el mismo portal de la ya ex_Feria, a nosotros se nos “enciende” la punta del dedo índice, y repetimos obsesívamente:
Mi caaaasa, mi caaaaasa, mi caaaasaa….
Manolo Martínez
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