Hay días que estiras el cuello desde que te levantas, sin tener claro qué buscas, es como cuando empiezas a oler el mar antes de llegar a él.
Puede que las matemáticas no fueran tu primer amor, pero han marcado tu forma de interpretar el mundo.
Por eso, de la misma forma que los sastres toman las medidas a sus clientes desde dónde nace la entrepierna hasta el suelo, tú mides los días desde que canta el gallo hasta que surge la luna, y los llenas de obligaciones, de “tengo que…”.
…y no te enteras de que la vida no se mide, solo se vive, hasta que un día cualquiera, el azar, porque siempre es el azar, te quita tu metro amarillo de sastrecillo valiente, tu jaboncillo de marcar, tu acerico y tus alfileres, y te deja en otro camino del que no conoces el final.
Menos mal, que los años, además de arrugas, nos traen incertidumbres, porque no hay nada más peligroso que las certezas.
Justo ahí, entiendes que vivir es irse a la cama cada noche con la cabeza llena de paisajes, miradas, mares, tres besos y un abrazo apretado.
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