Son las tres de la mañana cuando retiramos los restos
de una noche de amigos.
Compruebo que sólo quedan sillas vacías dónde, hace apenas un cigarro, había conversaciones y risas. Los tres limoncellos que bebí de más me traen “Amarcord” a la cabeza, la película de Fellini.
Amarcord quiere decir “yo me
acuerdo”, o “me acuerdo de”, que es lo que hace Fellini en su obra maestra,
recordarse: descubriendo la amistad, el amor, el mundo...
…que es lo
mismo que hemos hecho los amigos, antes de comernos la tarta de queso, recordarnos:
preguntándonos por las familias, intentando arreglar el mundo y actuando como
hurones, que van y vienen a la memoria, en busca del recuerdo perdido.
…hasta que lo encontramos. Entonces
lo apresamos entre los dientes, como el perro a sus cachorros cuando los acarrean de un lugar a otro, y al llegar al sitio de la conversación oportuno, abrimos
la boca y lo soltamos para resucitarlo entre todos con un ¿te acuerdas
de...?
No hay nada parecido al placer de compartir unas cervezas bien frías, y una tertulia con los amigos de siempre, una noche de verano.
Nada, porque incluso en los inevitables, y saludables debates, que calientan el ambiente por distintos pareceres,
antes de llegar al incómodo roce, nos miramos el corazón y nos retiramos a
tiempo, como los buenos toreros.
Los años nos han enseñado que no
hay bandera más hermosa que la sonrisa ondeando en la cara de un amigo, mientras
nos contamos nuestras historias.
La vida es más fácil cuando dejamos
de exigirle, y simplemente la vivimos.
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