Hace
unos días, mientras paseábamos mi mujer y yo por el balcón de Carmona, el
parque del Almendral, vimos a tres abuelos sentados en los asientos de piedra charlando
mientras miraban las nubes.
Coincidimos en lo soberbios e ignorantes que somos de jóvenes, cuando creemos que nunca seremos viejos.
Removí la caja antes de abrirla, para que se arrebujara el tiempo allí dentro. Me divierte sacar, sin orden alguno, distintos momentos de mi vida cada vez que abro el pasado.
Y aunque me arruga el ánimo comprobar que cincuenta años caben en tan poco espacio, también me hace gracia repasar mi vida en un santiamén.
Saco mi biografía a puñados de aquella caja. Junto a una fotografía en la que estoy con mi madre un día de campo siendo aún niño, hay otra en la que aparezco en mi primer trabajo, y entre ambas, mi primera foto de recién casado.
Esta es la vida, un relámpago, una caja de galletas llena de fotografías que se arrebujan.
Y es que todo ha pasado tan deprisa que no me he dado cuenta de que el tiempo se ha puesto, también para mi, amarillo, como decía Miguel Hernández:
“Pero yo sé que algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía"
Manolo Martínez
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