Le recuerdo silvándola, y tarareándola, mientras los dos tecleábamos el ordenador al ritmo de retenciones, ivas y otras bagatelas contables.
Aquellas sevillanas me traen a la memoria a Pepe Alcalá, el dependiente del Bazar Carmonés en la calle Prim, vendiendo esos moñitos en la efímera tienda que se improvisa cada año en el Patio de los Naranjos de Santa María.
Curiosamente, hace poco, en una revisión médica, vi uno de esos moñitos prendido en la bata de la oftalmóloga que me atendió, quién, al preguntarle por él, me dijo que se lo había regalado una paciente de Carmona en señal de gratitud por la buena atención recibida. Desde entonces, me confesó, no se lo había quitado de su uniforme de trabajo.
Hoy, que ya no está José Manuel, ni Pepe Alcalá, y que yo he renunciado a seguir tecleando números dónde mi compañero tarareaba aquellas sevillanas, compruebo que, a pesar de que todo muda, como decía Heráclito, el moñito sigue entre nosotros, inalterable, ajeno a las circunstancias, y de un lado para otro.
En la camisa de los niños que suben a la novena de las seis de la tarde, en el vestido de las abuelas que no faltan a la de las nueve de la noche, cogida a la bata de una médica que ni siquiera es de Carmona, o delante de las fotos de los seres queridos que ya se fueron.
Eso sí, invariablemente sigue siendo del color del vestido que lleve ese año la Virgen de Gracia.
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER, BEBER y HABLAR"
https://www.facebook.com/Comer-Beber-y-Hablar-1630331003941651
1 comentario:
Eso, q año tras año solo cambie el color del moñito de mi Carmona eterna. Amén 🙏
Publicar un comentario