El otro día me vengo a enterá que mi sombra se había ido a Cádiz sin mi.
Como yo le dije: “Chiquilla, ¿dónde has visto tú eso? ¿Conoces alguna sombra que se haya emancipado de su cuerpo?”
— Pues ya hay una... campeón —me contestó, echándome cojones.
No sé si fue cobardía o lucidez, o dos palás de cada una, el caso es que me callé.
Días después mi mujer me puso al corriente al decirme que se había tropezado con mi sombra cuando casi la pisa en la playa.
Dicen que los viejos contamos las mismas cosas muchas veces, lo cual no es un delito, pero sí jartible. Pero es que hay cosas que hay que contarlas muchas veces porque uno mismo no se las cree.
Por ejemplo, ¿les he contado a ustedes que mi sombra se mueve por el mundo sin mí? Precísamente el otro día se fue con mi mujer a Cádiz y es que, por muchas veces que lo cuento, no acabo de creérmelo.
Mi sombra por un lado y yo por otro. No tiene creeera. Igual a alguno de ustedes les ha pasado algo así. ¿Saben ustedes si tiene cura?
Hablando de males, no sé si les he dicho lo que me pasó el otro día.
Resulta que, cuando mi mujer fué a Cádiz, vió a mi sombra en la playa, como yo le dije a mi mujer:
— ¿Qué me estás contando, chiquilla? ¿Para qué iba a ir mi sombra a Cádiz estando yo aquí?
— Para comer tortillita de camarones en el Manteca, adobo en la plaza de abastos, un vinito por la Columela, pasear por la Caleta, saludar al Canijo de Carmona… en fin, hace cositas, que dices que tú no la llevas a ningún lao.
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