CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


domingo, febrero 27, 2022

EL CHALECO


Cuando me casé, el año de catapún, mi madre me regaló, entre otras muchas cosas, un chaleco de los buenos, de los del cocodrilo. 

Tan bueno era que el otro día vino mi sobrino con dos fotografías en la mano y me dijo: 

—Mira tito, el abuelo y tú con el mismo chaleco. 

A mi se me cayeron los palos del sombrajo, primero, porque el niño de los cojones me había llamado “abuelo” al ver una fotografía mía reciente, ¿tan viejo me percibía?

Y segundo, porque ahí comprobé la cantidad de años que llevaba poniéndome aquel chaleco. 

—No cariño, soy yo, el mismo  —le dije a mi sobrino 

—Pero… tito… ¿cómo vas a ser el mismo, si lleváis puesto el mismo chaleco? 

Del “mira cariño” pasé al “mira niño”, y le dije en tono esaborío: 

—Es que uno, éste, —le dije señalando mi fotografía de recién casado—  soy yo  hace veintitantos años, y éste otro  —le recalqué mientras ponía mi dedo como si fuera el de E.T. encima de la otra fotografía—, soy yo también, pero el año pasado.           

            —Pues aquí, tito, pareces un abuelo.           

Era como si aquel chaleco hubiese hecho un pacto con el diablo, como en “El retrato de “Dorian Gray”, en la que el tiempo seguía pasando para mí, pero no para el jersey. 

Moraleja: la ropa hay que comprarla normalita, menos buena, que envejezca a la par nuestra. No puede ser que por ella no pasen los años y estén sin una sola pelotilla, mientras a nosotros se nos blanquea el pelo y se nos arruga la frente como cuando engurruñamos un papel.

Manolo Martínez

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