“Los recuerdos en sí mismos no son importantes. Solo lo son cuando se han transformado en nuestra propia sangre, en mirada y gesto, y no tienen nombre cuando ya no se pueden distinguir de nosotros”. (Rilke)
Llegados a una edad, se nos llena la escalera de la vida de recuerdos, como si fueran hojas secas esperando que un golpe de aire se las lleve al olvido.
Y es que el miedo nos amarra a salir del hábito. Se nos va la vida trabajando en el mismo sitio, subiendo y bajando la misma calle, frecuentando los mismos bares, los mismos amigos, las mismas conversaciones con las mismas bromas...
Nos sentamos al borde de nuestras vidas con las piernas colgando al futuro pero la mirada clavada en el ayer. Un día y otro día, hasta que empezamos a vernos las canas.
Otra ciudad, otros paisajes, otra calle, otras caras, otras conversaciones…
Ver la vida, tu vida, con perspectiva, la ensancha, le añade horas a tus días. Viajar, salir, irse de uno mismo, aunque sólo sea el tiempo que dura una obra de teatro, es necesario.
Por eso hay que darle las gracias a Chica Barrera, porque, aunque forme parte de su trabajo, siempre le añade una cucharada sopera de alegría.
Chica lleva siempre una tiza encima con la que le va dibujando una sonrisa a quienes, por los años y la mochila ya cargada de trabajo, más la necesitan.
Puede que levar anclas te cueste trabajo, pero vivir atracado es perderte la vida.
Manolo Martínez
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