Aunque Manuela nunca fue al colegio, porque sus padres no la llevaron, ella siempre se las apañó para salir adelante.
Sumisa donde las haya, jamás rechista ni sale de su casa. Introvertida, hasta rozar lo patológico, no sabe lo que es hablar con un desconocido. Manuela nunca ha pisado una taberna, ni una discoteca, ni siquiera ha ido a votar. Como dirían los machistas, es una hembra de las de antes, una joya. Su carácter reservado, casi huidizo, la hace pasear en silencio en compañía de doña Soledad. Juntas persiguen los últimos rayos de sol de la tarde. De cuando en cuando, suspenden la excursión y observan a su alrededor. Supongo que meditan sobre lo observado, y reemprenden su camino.
Es dócil y dulce, no habla por no molestar. Trabajar no ha trabajado nunca. Ella dice que como para comer tiene...y comer, come muy poco. Demasiado poco. Estoy pensando en llevarla al psicólogo. Hay temporadas en la que pasa días enteros sin probar bocado, ¿tendrá anorexia?. El perfil lo da: insegura, dependiente, cohibida...Nunca le he conocido varón a su lado. Su rostro delata su aburrimiento. Ni fuma, ni bebe ...ni siquiera ve la tele.
Al menos asiste a clases de Taichi, o eso creo, cuando la veo andar con esa parsimonia casi de protocolo. Seguro que le hará bien salir de su ostracismo. Aunque, dada su edad, tampoco espero grandes cambios. Ignoro lo que piensa, y eso me apena. Yo querría que se desahogara conmigo. Para eso están los amigos, pero ella masculla y rumia sus problemas. Y calla. Siempre calla. Que mal político sería... o qué bueno, según se mire. Mentir no nos iba a mentir, pongo mi mano en el fuego por ella. Dicen que la sabiduría se refleja más en lo que se silencia, que en lo que se expresa. De ser así, no existe nadie más erudito que Manuela.
Últimamente casi ni me mira. No sé si andará enfadada porque no la invito al cine. Pero
como yo le he dicho... “para lo que hay que ver, mejor nos quedamos en casa...”
Su rostro arrugado y sus ojillos saltones investigan la vida cada
día, sin prisas. Pero tiene tan bien adiestrados los músculos de su cara, que
no encontramos ninguna traducción en sus facciones. No se la ve triste, ni
alegre.
La indiferencia maquilla los pliegues de su piel que denotan los muchos
años vividos. Lo mismo le da que España gane al Baloncesto, que el Betis
descienda a segunda. Hay veces que me desespera ese estoicismo de andar por
casa. Pero me contengo y la dejo en paz. Ya quedan pocas tortugas como mi
Manuela.
Manolo Martínez
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