El caso es que iba medio dormido, pero, antes de acabar de bajar la escalera, vi a un perro sentado en el sofá del salón.
Nunca hubo perros ni gatos en mi casa.
Manuelita fue el animal más grande con el que convivimos en casa durante unos años. Era una tortuga que no medía más de diez centímetros, y se la regalamos a un amigo que tenía campo.
Entonces, ¿de dónde coño había salido aquel chucho?
Ni siquiera acabé de bajar. Subí corriendo la escalera para preguntarle a mi parienta por aquella aparición perruna, y entonces me quedé helado cuando la vi con nuestro hijo Pablo, riéndose los dos a carcajadas.
El corazón se me iba a salir por la boca, pero, ¿qué cené yo la noche anterior? Fue la primera pregunta que me hice. Un yogurt y un puñado de nueces, me respondí, conque de una mala digestión no podía ser aquella alucinación.
Volví a bajar la escalera, abrí la puerta y me acerqué al “guau”, a ver si se esfumaba el mal sueño al tocarlo.
¡Me cagüentó mis mulas…!, el perro de los cojones era un cojín de espuma, pero, tan bien hecho, que le faltaba ladrar.
Desde entonces toco a tó lo que me habla. Te lo digo, amig@, por si algún día mientras hablas conmigo, te paso la mano por el lomo.
Manolo Martínez
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