CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


sábado, marzo 23, 2024

MÍO, MÍA, MI...


Desde hace cinco meses me escapo a Cádiz un día a la semana, y ese repetitivo hecho hace que repare en detalles que, en otras circunstancias, hubieran pasado desapercibidos.  

Por ejemplo, comprobé que una misma persona estaba siempre en el mismo asiento del Mc`Donalds por el que, inevitablemente, yo tenía que pasar al ir y al volver de la estación de trenes de Santa Justa. 

Daba igual el día y la hora, aquel señor estaba allí, sentado, con su ordenador portátil como única compañía. 

A veces dormía, otras miraba un partido de fútbol, y otras navegaba por internet. 

Esa escena, la de la sempiterna presencia de ese hombre en Mc`Donalds, se ha convertido en parte del paisaje de mis viajes a Cádiz, de tal manera que es lo primero que busco con la mirada, y no me quedo tranquilo hasta que le veo. 

Luego, cuando ocupo el sillón 119 del vagón 3, me asalta la duda de cómo debe ser la vida en el asiento de un Mc`Donalds, día tras día, mirando el mundo a través de un ordenador. 

¿Cómo se siente alguien en la soledad de la muchedumbre?, cuando la gente que vive durante unos minutos en el mismo espacio, va y viene sin saludarte, sin ni siquiera mirarte, como si no existieses, pese a ser tú el único que vive allí de contínuo. 

Una vez estuve tentado de palparle, de tocarle, por si era un holograma. Me parecía inverosímil aquel empadronamiento entre cafés y hamburguesas. 

Ahora, tras cada viaje, cuando llego a mi casa, busco a mis hijos y a mi mujer. Cojo mi libro, mis gafas de leer, mi manta, me siento en mi sofá…, mi…mi…mi… 

Me asusto al comprobar que no soy nada sin mis “mi”: mi familia y mis cosas. 

Nace entonces, en mí, una profunda admiración, y respeto, hacia aquel habitante del Mc`Donalds que no tiene, al menos allí, ni a sus hijos, ni a su mujer, ni sus cosas, y a pesar de esas ausencias sobrevive, estoico, resignado, sin ningún “mi…”. 

A menudo siento el impulso de hablar con él, solo por escucharle, y aprender, porque tengo la absoluta certeza de que ese hombre, posiblemente, tenga más cosas que yo, que, supuestamente, lo tengo todo. 

A ti, a quien me gustaría no volver a ver mañana sentado allí solo.

Manolo Martínez

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