Vestido de nazareno este año, uno se ha sentido como ese escarabajo al que le ponen un vaso de cristal encima y no le dejan seguir su camino, pero con la saña de que sí le dejan ver el camino.
Duele ver los pasos montados, los capataces con sus trajes recién planchados mirando al cielo, los costaleros esperando, con humildad y paciencia a ratos, y otras veces con angustia y amargura, pero siempre con la esperanza de que, en algún momento, la lluvia, la misma que hace sólo unos meses habíamos invocado sacando a nuestros santos a las calles, tuviera ahora el gesto de esperar al menos un puñado de horas.
Dice la Biblia que los caminos del Señor son inescrutables (Romanos 11:33), y aún así, los nazarenos nos enfurruñamos y contemplamos a la lluvia como al esbaratabailes de nuestra adolescencia.
Puede que mañana, cuando veamos que muchos parados del campo han vuelto a encontrar trabajo por esa bendita agua, o cuando escuchemos en el parte (telediario) que los embalses han respirado un poco de la pertinaz sequía, o cuando nos asomemos a la Vega y contemplemos el maravilloso espectáculo que nos ofrece el campo tras una semana de santas lluvias…
… entonces, y solamente entonces, descifraremos la inescrutabillidad de los caminos del Señor, y le sonreiremos al cielo.
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